jueves, 27 de febrero de 2014

Me pierdo.



Me pierdo, camino por las calles con la mirada entristecida, con la mente vacía, los sentimientos congelados y el corazón marchitado.

Miro a mi alrededor y no veo a nadie, solo estoy yo y ese silencio que me inunda y me acompaña a todas partes, ese amigo fiel que nunca me abandona y me proporciona paz y soledad al mismo tiempo.

Mi realidad se evapora entre las sombras de la noche donde mis pensamientos se encuentran vacíos y mi corazón se encoge por la angustia de no saber hacia donde me dirijo. Mis pasos se vuelven pesados, el frío de la noche de invierno penetra en mi cara, mis orejas y mi nariz se congelan, parece que todo a mi alrededor se detuviese por tan solo una milésima de segundo, como si todo fuera una ilusión que pronto desaparece.

Camino sin rumbo, estoy confuso, inseguro, no sé hacia donde ir, no sé qué sentir, me encuentro en un estado apático del cual no puedo salir.

Quizás tenga que seguir caminando y avanzar poco a poco para darme cuenta de mis verdaderos deseos, de encontrar aquello que quiero, y entonces, ahí será cuando me encuentre conmigo mismo. Porque para poder avanzar a veces es necesario pararse, quedarse en silencio y conocerse a uno mismo y entonces será ahí cuando de verdad camine en la dirección correcta y con paso firme luchando por aquello que deseo.